Por Dr. Leonardo Favre, Coordinador de Asuntos Científicos en CASAFE – Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes -.
La agricultura es un pilar fundamental para la provisión de alimentos y fibras en todo el mundo, pero también un terreno donde proliferan algunos mitos, y con ellos, muchas confusiones. ¿Qué hay de cierto en estas afirmaciones para los consumidores y el cuidado del medio ambiente?
Primer mito. La producción orgánica y la utilización de fitosanitarios en este sistema productivo. Cada productor agropecuario elige cuál va a utilizar, y en el caso de la producción orgánica, esta está regulada por la Ley Nacional Nº 25.127/99, que establece las normas acerca de la producción, tipificación, elaboración, empaque, distribución, identificación y certificación de la calidad de productos agropecuarios y agroindustriales «orgánicos», «ecológicos» o «biológicos».
Lo distintivo de la producción orgánica es que, si bien no permite el uso de productos de síntesis química, sí autoriza el uso de insumos químicos de origen natural o mineral, requiriendo desde ya, y, de todos modos, la aplicación de las Buenas Prácticas Agrícolas (BPA).
¿Quién regula esto? El SENASA, es el organismo argentino encargado de asegurar la inocuidad de los alimentos y la sanidad animal y vegetal, en lo particular para alimentos orgánicos mediante la Resolución 374/16 y complementarias.
“Químico” se toma muchas veces como algo negativo o peligroso, sin embargo, esto no define más que el origen de la composición de una sustancia. El agua es una sustancia química (H₂O) y es esencial para la vida, por sólo mencionar un ejemplo.
Entonces, que un alimento sea orgánico no significa que su producción no haya requerido la utilización de insumos químicos. Y esto no es algo malo, negativo o peligroso siempre y cuando se haya aplicado bajo las BPA. Tal es el caso del sulfato de cobre, también conocido como “caldo bordelés”, un fungicida de origen mineral o sintético que es empleado para combatir enfermedades en los cultivos orgánicos.
Segundo mito. Es común escuchar que los agroquímicos afectan el valor nutricional de los alimentos. Numerosas publicaciones, entre estas la revisión basada en meta-análisis “Little evidence of health benefits from organic foods, Stanford study finds” (2012) Stanford Medicine, y las revisiones sistémicas “Organic vs conventional plant-based foods: A review” (2022) y “Are organics more nutritious than conventional foods? A comprehensive systematic review” (2024) concluyeron que los alimentos orgánicos no son más nutritivos que sus pares convencionales. Es decir, en los diversos estudios se indica que los fitosanitarios, independientemente de su origen, no alteran la calidad nutricional de frutas, hortalizas o granos.
La nutrición de los alimentos está influenciada principalmente por factores como el estadío de cosecha, las características del suelo, las condiciones climáticas y el acondicionamiento postcosecha. Todos estos determinan el sabor, aroma y aporte nutricional de un alimento.
Tercer mito. Respecto de la toxicidad de los fitosanitarios, es vital comprender que toda sustancia sea de origen natural, biológico o químico, tiene un nivel inherente de toxicidad. La clave está en el manejo responsable y en el cumplimiento de las normativas que regulan su uso.
La sal de mesa -el cloruro de sodio- es necesaria y presenta beneficios para el crecimiento y desarrollo de los seres vivos. Sin embargo, en exceso puede provocar hipertensión arterial y otros problemas de salud en los humanos o ser tóxica para las plantas en altas concentraciones en el suelo.
En Argentina, la cadena productiva agrícola opera bajo un riguroso marco regulatorio. Sistemas orgánicos y tradicionales recurren a fitosanitarios aprobados, que deben aplicarse bajo estrictas recomendaciones y BPA.
SENASA, evalúa y aprueba los productos fitosanitarios después de exhaustivos análisis toxicológicos y eco-toxicológicos que garantizan que los productos disponibles en el mercado cumplen con altos estándares de seguridad, para los consumidores, los trabajadores agrícolas y también para el medio ambiente.
En conclusión, ahora que sabemos que “químicos” es sólo una definición que da cuenta del origen de una sustancia, lo importante es enfocarnos en el uso correcto de estas herramientas para la protección y el cuidado de los cultivos, así como promover un diálogo informado entre productores, consumidores y reguladores. La clave para un futuro sostenible no está en la eliminación de tecnologías agrícolas, sino en su aplicación consciente y responsable.
La producción agrícola, sea orgánica o convencional, requiere de insumos y prácticas bien reguladas para garantizar su sostenibilidad y seguridad. Derribar mitos y construir un conocimiento basado en evidencia científica y técnica, es fundamental para avanzar hacia una agricultura que cuide el medio ambiente y nos proporcione alimentos seguros y de calidad para todos.